Tengo que huir
Susana avanzaba rápidamente hacia la puerta, sin mirar el piso de mármol pulido y las ventanas finamente adornadas. Esa casa tan grande y blanca parecía detener el pasar del tiempo.
-Mami, ¿a dónde vamos?
Susana miró la pequeña figura que le hablaba con desconcierto. Esteban, su hijo, se veía bastante asustado. Debería estarlo, pensó Susana, él se encontraba en la habitación cuando abrí el sobre ¿Habrá visto el contenido?
Una voz dentro de ella acalló el torrente de pensamientos que estaba a punto de desatarse. Eso ahora ya no importa, lo importante es salir de aquí. Susana siguió caminando.
Al salir de la elegante e imponente casa, ella sintió que el peso que llevaba encima se iba aligerando, pero no era suficiente.
-¿A dónde va, señora? ¿Quiere que prepare el coche?
-No, Jaime, voy a llevarme el mío. Voy a hacer unas compras y llevaré a Esteban a jugar a casa de Carlos Rivera.
El chofer la miró con desconcierto. Ella nunca salía sola si podía evitar manejar. Susana podía ver la duda en su rostro, sin embargo, ahora no era tiempo de detalles, ya pensaría como arreglar sus mentiras después.
Subió al coche y le arrancó de la mano las llaves a Jaime. Esteban apenas se había subido a la parte de atrás y ella ya estaba acelerando. Las rejas de la mansión se abrieron con delicadeza y el automóvil último modelo se escurrió apenas tuvo espacio para pasar.
-Mami, ¿a dónde vamos?
Susana miró por el retrovisor a Esteban, su carita de apenas seis años todavía no lograba asemejarse a las facciones de su padre; aún así, un esbozo en sus ojos le recordaba claramente el rostro de él. Ella quitó la mirada del retrovisor y suspiró. Él no tiene la culpa de nada.
Llegar a la casa de los Rivera no fue tan difícil, Susana conocía perfectamente el camino. Era una casa un poco más pequeña que la de ella, pero no por eso menos elegante. Ver esa casa le recordó el rostro de su mejor amiga. Al menos Jimena sí supo elegir bien. No eligió al más rico y a pesar de ello, pudo encontrar a alguien que la amara. Ella no es como yo...
Susana tocó frenéticamente el timbre y vio por el colorido vitral como una sombra se acercaba. Sin mirar atrás, dejó a esa carita que tanto amaba en una casa desconocida. No era momento de arrepentirse por ello, Esteban no podía ver lo que su mamá estaba a punto de hacer.
Antes de partir, ella buscó en sus bolsillos su celular y marcó el número que tanto le había costado evitar durante algún tiempo. Sintió como su corazón aceleraba su ritmo mientras el tono de llamada se escuchaba tan tranquilo, como cualquier sonido mecánico, sin sentimientos, únicamente marcando una función útil. Algo así como yo, pensó.
-¿Bueno?
-Jorge, soy yo.
-¿Susana? ¿Qué te pasa?
-Tenías razón
-¿A qué te refieres?
-A todo, siempre tuviste razón.
-¿Luis?
-Sí, él. Tenías razón, sale con una mujer. Hoy recibí un sobre con fotos de él y ella. Deberías verla, es una niña. Estaba con Esteban cuando recibí el sobre pero creo que él no se dio cuenta de nada.
-Lamento decir que te lo dije.
-Sí, ya lo sé.
-Y aún así insististe en dejar de verme, dijiste que lo nuestro no estaba bien. Te dije que te quería y no te importó.
-Sí, lo sé.
-¿Ahora? ¿Qué vas a hacer?
Susana miró una vez más a través del retrovisor. Esteban aún seguía en la puerta, esperando a verla marcharse. Su vocecita infantil resonó en su cabeza "Mami, ¿a dónde vamos?". Ella sacudió sus pensamientos y tragó el nudo en la garganta que le impedía respirar, encendió el coche y avanzó lentamente, aún con el teléfono pegado a la oreja, tratando de pensar.
-¿Sue? ¿Sigues ahí?
La voz de él la hizo reaccionar y supo que pasara lo que pasara, ahora solo necesitaba una cosa.
-Quiero verte.
-Pero...
-¿No puedes?
-No, no es eso...
-¿Entonces? ¿Quieres verme o no?
-Sí, quiero verte.
-Te veo en diez minutos en el café de siempre.
Colgó. Sabía que iba a hacer una estupidez pero no le importó. Por primera vez en su vida, iba a hacer algo sin pensar en sus consecuencias. Por primera vez, volvería a sentir la libertad que hace mucho no sentía.
Llegó al lugar más rápido de lo esperado y detuvo el coche en el primer espacio que encontró en la calle. Bajó y buscó su bolsa pero la ausencia de cualquier objeto en los asientos le recordó que había salido precipitadamente. Buscó en sus bolsillos y encontró unas cuantas monedas. Suspiró. Cuando Jorge llegue, él se hará cargo.
Entró a la cafetería con tranquilidad y el ambiente apacible casi borró el por qué de estar ahí.
-¿Gusta ordenar algo, señora?
-Por el momento no, gracias. Estoy esperando a alguien.
Siempre le había gustado ese lugar. Solía ir con Luis, pero había pasado mucho tiempo ya desde eso; después, ése había sido el lugar donde se encontraba con esa persona, con el que sabía que no debía pero que quería estar. Sí, él, Jorge, el que desde siempre se había preocupado por ella, el que siempre le había demostrado cuanto la amaba, aún después de que se casara.
Si tan solo hubiera…
Una sucesión de imágenes pasaron por su cabeza: los momentos felices con Luis y después los momentos amargos, las peleas, los gritos, los silencios incómodos, el llanto del pequeño Esteban que escuchaba detrás de la puerta…
Entonces pensó en Jorge otra vez: en el color de su piel desnuda en contraste con las sábanas de hotel, la fuerza de sus brazos, el sabor de sus labios cuando la besaba frenéticamente, el latido de su corazón cuando dormía a su lado, la sensación que le provocaba mirarlo cuando tenía un orgasmo… Pensando en él, solo podía recordar momentos felices ¿Por qué no podía ser igual con Luis? Susana miró por la ventana de la cafetería.
Siempre es demasiado tarde.
Su teléfono celular sonó impaciente, haciendo vibrar su bolsillo. Antes de observar el identificador, pensó que sería Luis. Imaginó que quizás él había sentido como ella se alejaba e intentaría evitarlo. La inicial “J” le desmintió todo. ¿Por qué la realidad golpeaba tan fuerte?
-¿Bueno?
-Soy yo.
-¿Qué pasa?
-Perdóname.
-¿Por qué? ¿Qué pasa?
-No puedo ir contigo, no otra vez, no de nuevo sabiendo que en cuanto te sientas mejor te irás.
-Pero…
-Escúchame. Sé que dije que te amaba y aún sigo sintiendo lo mismo, pero tú no puedes estar conmigo. Debí resignarme el día en el que lo elegiste a él y no lo hice, quise tenerte aunque sabía desde hace mucho que te había perdido. Perdón pero…
-¿Bueno? ¿Bueno?
Susana miró desesperada la pantalla de su móvil, la batería parecía haberse terminado justo en el peor momento. Maldito cacharro, ni tú pareces estar de mi lado.
-Señora, ¿gusta que tome su orden?
"Mami, ¿a dónde vamos?"
Un dolor de cabeza acalló cualquier tipo de pensamiento. Una migraña no, no ahora.
-No, gracias. Ella se forzó a sonreír con todas sus fuerzas. –Al parecer, la persona que esperaba está en otro lado. Disculpe.
"Mami, ¿a dónde vamos?"
Susana caminó lo más rápido que pudo fuera del café. La frustración, el enojo, la tristeza y todo aquello que había estado guardando, estalló en su pecho e incrementó con una potencia demoledora cada rincón de su consciente. Apenas podía caminar.
Tengo que salir de aquí, tengo que huir.
Corrió desesperadamente a su automóvil e introdujo la llave con el afán de escapar lo más rápido posible, sin embargo, el coche no encendió. Miró el indicador de la gasolina y recordó que Luis había ordenado que solo cada cierto tiempo se llenara el tanque del coche “Nunca lo usas, casi siempre te lleva Jaime”. Bueno, ahora no estaba Jaime, ahora no había nadie en que pudiera confiar; todos y todo la habían abandonado al mismo tiempo. La fractura de su cómoda burbuja de cristal era tan dolorosa que apenas soportaba pensar; sentía que dentro de poco la cabeza iba a volarle la razón. Aún así tengo que pensar que voy a hacer, tengo que salir de aquí, tengo que salir de aquí...
Miró a su alrededor. ¿Tomar un taxi? ¿Quién lo pagaría? ¿Quién le ayudaría después? ¿Volvería? No, no ahora. ¿Ir a casa de Jimena por Esteban? No, primero tenía que quitarse ese maldito dolor de cabeza.
Como un estandarte brillante, una señal del metro se dibujó a corta distancia. Sí, eso. Pero ¿metro? ¿ella? ¿ahí? Miró su ropa elegante y sus joyas y supo que no sobreviviría ni un minuto. Se quitó los aretes, el collar, su sortija y su argolla. Se quitó la fina chaqueta de cuero y la arrojó detrás. Cerró el coche aunque ya no le importaba si algo le pasaba. “Que se lo lleven, yo ya no quiero nada”
Como un estandarte brillante, una señal del metro se dibujó a corta distancia. Sí, eso. Pero ¿metro? ¿ella? ¿ahí? Miró su ropa elegante y sus joyas y supo que no sobreviviría ni un minuto. Se quitó los aretes, el collar, su sortija y su argolla. Se quitó la fina chaqueta de cuero y la arrojó detrás. Cerró el coche aunque ya no le importaba si algo le pasaba. “Que se lo lleven, yo ya no quiero nada”
Caminó hacia la entrada del metro y la luz artificial, menos brillante que la del sol, tranquilizó un poco las punzadas en sus sienes. El olor a sudor y polvo inundó su nariz, incomodándola. Quería salir de ahí lo antes posible, pero por ahora era la única salida. Ya no puedo depender de nadie.
Esperó y cuando el gusano naranja se detuvo, entró al vagón y se sentó en el primer asiento vacío que encontró. Cerró los ojos.
Ni te quejes. El pasado ahora quiere volver. Que no se te olvide de dónde vienes, que no se te olvide que aunque ahora eres la señora Palacios, alguna vez fuiste solo Susana López.
Este relato forma parte de una serie llamada "Siguiente estación". En orden de aparición, estas son las otras estaciones ("Escape" es la cuarta):