lunes, 2 de julio de 2012

Era

El primer hombre del mundo nació tras las rejas.

Una vez vio un ave volar frente a ellas y creyó que aquello era la libertad.

El día que logró salir de aquel encierro, contrario a lo que podría pensarse, aquellas barras de metal nunca salieron de su cuerpo, mucho menos de su mente. En sus sueños enrejados, la libertad sólo era posible una vez que pudiera volar.

A partir de ese momento, todos sus esfuerzos, acciones, pensamientos, ideas, opiniones y crímenes se enfocaron en la meta de conseguir una alas.

Y lo logró.

Ya en el cielo, las alas empezaron a fallar. Mientras el sol derretía la cera y las plumas caían una a una, el sabor de la "libertad" le supo amargo.

¿En verdad era libre? Las alas ahora eran su única escapatoria. Abajo, en la tierra que lo vio nacer, todo estaba destruido. Estaba a punto de morir y sólo quedaba la caída. Aquella ave entre las rejas no salía de su mente.

Entonces logró divisar entre la tierra en ruinas el cadáver no sólo de un pájaro, sino de cientos. Todos los que él había asesinado para conseguir plumas, hacer cera y construirse unas alas propias. Unas alas que frente al sol sólo eran aire.

Terminó de caer.

Lo último que entendió antes de que su cuerpo besara el suelo fue que nunca supo qué era la libertad.

domingo, 29 de mayo de 2011

La novia eterna llevaba su vestido rasgado de tumba en tumba. "Algún día, algún día", repetía una y otra vez mientras su piel se iba entregando al olvido. La miré y por un momento pensé en ser suyo. "No, tú ya eres mío", resonó una voz dulce por debajo de la tierra. Sonreí y tarareé la marcha nupcial mientras desenterraba a mi vieja amada.

jueves, 28 de abril de 2011

Que alguien llore
que alguien llore por los que tenemos los ojos desojados
por los que nacimos sin ojos
Que alguien llore por los que no tuvimos una pelota que lanzarnos a la cara
que alguien llore por todo lo que no sentimos
que alguien llore...
O mejor aún
que alguien ría.
Que alguién ría por toda la soledad que las venas no gritan
que alguien ría en tus cortinas, en tus calles
que alguien ría aunque la miseria le atrape la boca podrida
los labios cementos, la pupila enterrada
Que alguien ría, que alguien
que alguien llore, que alguien
¿Qué? Nadie.

viernes, 22 de abril de 2011

1.0

¿Podríamos lapidar recuerdos? 

Si así fuera, tendría más impacto si lo hiciéramos sobre (o cerca) de un muro de cristal. Así, el cristal se fragmentaría y la metáfora de de la espada y la pared sería un arma de dos filos, atravesaría directamente la carne del recuerdo y quizás, con suerte, del corazón mismo.

Yo lapidaría mis recuerdos a la menor oportunidad, los atestaría de rocas e insultos y disfrutaría verlos morir desangrándose, gimiendo y pidiendo clemencia. O quizá no. El problema con los recuerdos es que no saben marcharse. Los recuerdos no saben lo que significa irse ni cómo reconocer el momento en el que su presencia ha sido veneno para el andar y la garganta. Los recuerdos no saben destruirse a sí mismos.

¿Cómo se lapidaría un recuerdo? ¿Qué fragmento de la razón es lo suficientemente débil para quebrarse detrás de uno a pesar de que creíamos que era una de nuestras bases más sólidas? Quizás aquello que no queremos olvidar. Podría ser -y de eso empiezo a estar terriblemente segura- que aquello que buscamos grabar con fuerza en nuestra memoria es lo primero que se olvida. Los recuerdos que abrazamos con más amor se desdibujan inevitablemente, se derriten en nuestras manos. ¿Por qué no es así con los malos recuerdos que parecen estar presentes en cada rincón del cuerpo? Quizá, el olvido es un recuerdo en sí, un recuerdo blanco, un recuerdo no recuerdo. O quizás no. No sé. Creo que ya lo olvidé.

lunes, 18 de abril de 2011

La pared.

Ella lloraba frente a una pared que parecía inquebrantable, una mezcla  de miedos dura , insondeable y fría. Todos los sentimientos del pasado y del futuro se agolparon en aquel único instante en el que ella se decidió a mirarlo a él directamente. ¿Mirarlo directamente? como si pudiera. Aquella pared, aquella maldita pared que parecía contener todos los obstáculos, que parecía estar llena de dolor, indiferencia, distancia, se alzaba entre ellos dos apenas ella tenía el impulso de avanzar. Ella miraba aquella pared y sabía que sería imposible cruzarla. Sabía que quizás nunca pasaría de estar más cerca de esa distancia que la separaba ahora de él. Quizás tendría que acostumbrarse por siempre a esa sensación de vacío y soledad, mirando a lo lejos su sonrisa, el brillo de sus ojos, tratando de imaginar como sería el olor de su cabello y la suavidad de su voz cerca de ella... 

La pared cada vez era más solida; la miraba más y la pared cada vez se hacía más fuerte, cada vez la dejaba mirarlo menos. Aún así ella no podía dejar las cosas así. Si permitía que aquella pared, primero de aire y niebla densos y ahora cada vez más sólida dejara aquella maldita distancia para siempre entre los dos, nunca sabría que hubiera pasado si...

No, mejor decirlo ahora y con el corazón latiéndole en los oídos. Mejor ahora y no después cuando su alma angustiada le dijera que se había dejado vencer demasiado rápido. Si esa pared tenía que construirse, que al menos ella supiera -al menos sólo ella- que lo había intentado todo por cruzar ese abismo que los separaba y había tratado con todas sus fuerzas estar junto a él. 

Ella cerró los ojos, suspiró y aunque las náuseas y un aguijonazo en el estómago se negaban a cooperar para que pudiese reunir el suficiente aire y hablar con voz teligible, ella reunió todo su valor y le habló a él a través de aquella pared. Conforme las palabras salían, su corazón se oprimía cada vez con más fuerza. Las lágrimas comenzaron a salir, los temores la volvieron a inundar. Sabía que sería imposible que él la quisiera tanto como ella  Lo amaba, sabía que no había ningún camino que pudiera llevarla a él. Lo sabía y se convencía cada vez más mientras hablaba a través de aquella pared. Al final, ya ni siquiera pudo intentar mirarlo, el suelo gris ofrecía mejor consuelo, pensar en el concreto parecía más esperanzador que tratar de imaginar lo que pasaría a continuación. 

Entones, de la nada, una luz abrumadora le inundó el alma y el corazón. Casi podía sentir que flotaba, casi... 

Miró hacia arriba y se encontró en un lugar nuevo, ya no había más paredes. Sólo estaban ella y él y él ahora la miraba, él ahora la miraba con intensidad y ella no podía dejar de sentirlo a pesar de que desviaba los ojos a otro lugar de vez en cuando.

-Yo...

Aquella pared nunca existió, si acaso era solo una puerta y en realidad nunca estuvo cerrada, si ella hubiera sido capaz de decirlo antes... Aquella puerta nunca estuvo cerrada, él estuvo ahí, siempre, esperando que ella tocara. Él estuvo siempre ahí, en esa habitación, mirando a través de la ventana y disfrutando verla pasar, esperando que algún día ella mirara hacia esa ventana, esperando que un día ella se atreviera a tocar su puerta. Nunca hubo pared. Cuando él la escuchó, toda aquella habitación en la que había estado guardando sus sentimientos se desbordó. 

Él abrió la puerta, la tomó de la mano, la abrazó con fuerza y mientras le decía lo que siempre había sentido, cerró la puerta tras de sí. Ahora sólo eran ella y él en aquella habitación, en aquél mundo aparte que nunca más dejarían quebrar, un mundo sólo para ellos dos.

viernes, 1 de abril de 2011

Silueta.

Inconscientemente sabía que tenía que dejar de respirar unos instantes para volver a darle aire al montón de sucesos inconexos de poca fidelidad sensorial que antes había llamado vida. Cerró los ojos. El hombre encima de ella enredó con suavidad sus dedos alrededor de su cuello y poco a poco, después de la necesidad salvaje de seguir respirando, la asfixia comenzó a golpetear con rudeza alguna parte de su cerebro. El pulso que comenzaba a estancársele, se disparó y pudo sentirlo en cada rincón no conocido de su cuerpo. Ardía. Él la miró con intensidad y luego clavó la lengua en su boca sin preguntar nada. La asfixia cedió, pero sólo el instante necesario para que ella no perdiera la conciencia. La sensación eléctrica de las manos del hombre se expandió de su cuello a sus senos, y sus labios, más violentos que suaves, arañaron con crueldad dulce el espacio oscuro alrededor de sus pezones endurecidos. Gimió. A veces sentía que la vida se le escapaba en cada suspiro lanzado a la pared, pero esa noche todo parecía tener más color, todo parecía más real. Percibía el olor del sudor de él, la pestilencia de aquella vieja habitación de hotel barato, era conciente de lo miserable que se veía delante de él pidiendo que le robara un poco de vida; sabía el asco que le provocaría al día siguiente  tener que despertar con aquel desconocido sucio y vulgar pero ¿qué importaba ya? La sensación de placer infinito y agridulce que ahora sentía en la boca, no era menos que toda esa existencia absurda, controlada y aburrida que llevaba a cuestas. Sonrió. Él tomó con dulzura sus muslos y los separó poco a poco mientras ella se aferraba a él sujetándolo con sus piernas y clavando las uñas en su espalda. Infinito. Aire. Menos aire. Un poco menos. Nada. Él sabía cuándo y cómo oprimir sus pulmones, al mismo tiempo en el que su lengua jugueteaba por todos lados y sus dientes herían espacios nuevos de su piel. ¿Cuándo terminaría aquella adicción casi suicida por encontrar una una prueba vívida de lo que podía ser su nombre para ella? A veces era difícil pensar en ello mientras su sexo era embestido con fuerza por ese hombre que parecía obsesionado con causarle el mayor dolor posible. Sí, dolía. Dolía mucho pero nunca era suficiente. Algo tenía que despertar sus sentidos apáticos y miserables ¿qué más da que fuera con un pinchazo breve de lujuria? Ella lo miró ¿Cuántas veces había detenido su mundo por el rostro de él? ¿cuántas veces se habían entregado ya? Estar con a su lado siempre era diferente, ella se decía a sí misma que él siempre era un desconocido, pero siempre era un él específico a sus anhelos, a su cuerpo gritando por ser profanado, a su alma desesperada por consumirse. Él, él, él. ¿Y él cuándo debía morirse?

viernes, 18 de marzo de 2011

Vivir

-¿Qué haces aquí?
-Tenía ganas de caminar
-¿No te lastima la luz del sol en tus párpados quemados?
-Muy poco, tener dolor constante siempre termina por acostumbrar los umbrales de percepción y reajustar las situaciones de dolor.
-¿No te pesan las llagas?
-Ya casi no, terminan por volverse livianas y cubrirse unas a otras.
-Sigo sin entenderlo ¿Tú? ¿Caminar? Tienes los pies deformados y con algunos dedos perdidos, otros casi gangrenados ¿No deberías estar arrastrándote?
-Mientras todavía pueda sostenerme, no veo porque mi cuerpo entero deba tocar el pavimento.
-Es increíble, aún así, con la piel verdosa, escamada, algunos cabellos por ahí y en general, tu aspecto decadente ¿No sientes pena por ti?
-Soy yo, si me tuviera lástima, la vida dejaría de tener sentido
-¿Lo tiene?
-Por ahora sí, por eso quiero caminar.
-¿Caminar le dará sentido a tu vida?
-No lo creo, caminar en sí es el sentido.
-Pero... ¿A dónde vas?
-¿A quién le importa? Tú lo has dicho, mi cuerpo descarnado ha dejado de tener valor en este mundo físico, son pocos los que me ven sin poder contener una mueca de asco y lástima. Sé que algunos desean que yo me muera, sin embargo, sigo aquí. Soy un despojo de mugre y sangre pero mis venas aún laten. Aún cuando mi cabello se ha caído a pedazos, lo que queda aún sirve para tejer sueños. Tendré la piel lacerada y los ojos medio ciegos, pero aún puedo sentir, aún tengo ganas de mirar. No veo porque he de morirme.
-No quiero verte sufrir más, eso es todo.
-¿Acaso me ves sufriendo? Hace tiempo que dejé de llorar, la sal se derrama ahora en algunas de mis heridas, las nuevas, las que más arden.
-Yo...
-No trates de entenderme, mucho menos fingir que sabes como me siento. No tienes ni idea y piensas que sufro sólo porque tú sufres al verme así. Ahora soy un reflejo de lo que alguna vez fueron las emociones que guardé. Yo mismo me hería una y otra vez en silencio, en soledad, en penumbras; fui tan miserable que la vida consideró necesario hacerme un ser patético. Toda y cada una de las muertes que ves en mí es todo lo que fui aún cuando en mi cara se podía definir un rostro.
-Pero...
-Creo que más bien deberías tener pena por ti, quizás tu alma está más podrida que mi cuerpo.