lunes, 2 de julio de 2012

Era

El primer hombre del mundo nació tras las rejas.

Una vez vio un ave volar frente a ellas y creyó que aquello era la libertad.

El día que logró salir de aquel encierro, contrario a lo que podría pensarse, aquellas barras de metal nunca salieron de su cuerpo, mucho menos de su mente. En sus sueños enrejados, la libertad sólo era posible una vez que pudiera volar.

A partir de ese momento, todos sus esfuerzos, acciones, pensamientos, ideas, opiniones y crímenes se enfocaron en la meta de conseguir una alas.

Y lo logró.

Ya en el cielo, las alas empezaron a fallar. Mientras el sol derretía la cera y las plumas caían una a una, el sabor de la "libertad" le supo amargo.

¿En verdad era libre? Las alas ahora eran su única escapatoria. Abajo, en la tierra que lo vio nacer, todo estaba destruido. Estaba a punto de morir y sólo quedaba la caída. Aquella ave entre las rejas no salía de su mente.

Entonces logró divisar entre la tierra en ruinas el cadáver no sólo de un pájaro, sino de cientos. Todos los que él había asesinado para conseguir plumas, hacer cera y construirse unas alas propias. Unas alas que frente al sol sólo eran aire.

Terminó de caer.

Lo último que entendió antes de que su cuerpo besara el suelo fue que nunca supo qué era la libertad.