domingo, 28 de noviembre de 2010

Habitación

La silla enfrente de la mía sigue esperándote.

¿Recuerdas la luz del sol filtrándose a través de nuestra ventana? Sigue igual, cegando a cualquiera que se atreva a mirarla

Tu taza de café espera. Cada mañana la sirvo y por las tardes el agua oscura de de sabor amargo se mezcla con el drenaje.

¿Acaso olvidaste la taza amarilla que te regalé una tarde de otoño y que odiaste tanto que siempre la encontré en la basura? Con el tiempo fue siendo tuya, igual que yo.

Las flores en la mesa se marchitan, pero yo sigo guardando mis preferidas entre las hojas de los libros que no puedo terminar de leer.

¿Verdad que hay historias infinitas? Dime que es cierto que hay libros que no deberían tener final.

La silla, el sol, el café, tu taza, las flores, los libros, los recuerdos... La esencia de ti sigue aquí.

Pero ya no te oigo, apenas recuerdo el sonido de tu mirada; ya no te veo, apenas puedo sentir el calor de tu voz.

Todas tus cosas siguen aquí, yo sigo esperando.

¿Cuando volverás a mirar por mi ventana?
Discretamente mi sombra besó la tuya.

Me acerqué sin pensarlo y cuando menos lo noté, nuestras oscuridades se unieron dentro de un aura de luz. Sin quererlo, nuestros inconscientes se buscaron en el asfalto.

Silenciosamente tu sombra acarició mi cuerpo.

Tu mano buscó acomodo por encima de mi ropa, quemando cada centímetro de mi piel y haciéndome perder el sentido de la noche en nuestra luz,

Te perdí, me encontré, nos vivimos.

Quedamente el recuerdo sólo se grabó en un instante.

Busqué retener esa ilusión e impregnarla en todas las calles de una ciudad vacía. Creí que con que el sol fijara nuestras figuras, sería suficiente para retenernos por siempre en uno y mil besos...

Hoy sé que hasta las sombras más fijas se desvanecen. 

Hoy sé que nuestras sombras sólo pudieron unirse en el instante en el que sentir era una cuestión de piedras. 

Hoy sé que ya no queda más luz que proyecte más allá de mi espera.

La espera en la que las sombras vuelvan a unir nuestros labios.

sábado, 20 de noviembre de 2010

[Entrada sin título]

Siempre me duele decir adiós.

En esos días en los que las fuerzas no alcanzan, hago mi maleta con nuestros mejores recuerdos y sin ninguna lágrima en las mejillas, sonrío y planeo cerrar la puerta detrás de mi.

-¿Te vas?
-Algo así.
-"Algo así" siempre significa que sí.

Quizás mirar tus ojos es lo único que detendría mi partida, pero nuestras peleas han sido tantas y tan vacías que dudo que al mirar tus cuencas encuentre todavía el brillo que alguna vez amé.

-Quiero saber la razón
-¿Acaso debe de haber una?
-Siempre la hay
-Lo sé.
-¿Entonces?

Tu mano sujeta con firmeza mi brazo, arrancas con enojo la maleta que hay en mi mano y forcejeas con mi rostro para que te mire. ¿Qué caso tiene ya decir algo? Una vez que logre salir, los recuerdos se borrarán 
y cualquier cosa dicha se quedará únicamente en las paredes mudas que nos miran. ¿Qué sentido tiene luchar?

-Estoy cansada.
-Pues entonces no te vayas.
-Es por eso que me quiero ir.

Sueltas mi mano y mi rostro. Mi maleta nos mira solitaria y yo... yo no sé que más decir. Los días pesan más que nunca y las piernas apenas me responden.

Por fin, me decido a verte a los ojos: con hastío, sin ganas, con la sensación de que lo que encontraré en ellos será furia y rencor. Tu me devuelves la mirada.

¿Furia? Tus ojos apenas brillan, tus pupilas parecen apagadas y tu piel tiene un tono pálido y asqueroso.

¿Quién es ese hombre que me mira? No es el que una vez amé y que me hirió el alma. Es un simple hombre cansado y triste, sin ganas; un hombre que le reclama a una pared dando puñetazos y mirando al suelo sin saber que hacer.

-¿Se nos acabó el amor?
-No sé. No siento ningún vacío.
-Ni yo.
-¿Cómo llegamos a esto?
-Cambiando
-¿Y?
-Pues que cambiamos tanto que apenas nos reconocemos. No puedo amar a desconocidos, no si te amo a ti.
-¿Me amas?
-Eso creo.

Apenas puedo entender lo que pasa. No eres quien yo amaba pero no puedo decir que no te quiero. Hay algo en ti, algo desconocido. Quizás es porque muestras lo patético que  puede ser un sentimiento y sin decir nada más que lo estricto necesario, me miras. No hay sonrisa ni lágrima, sólo eres tú, él, un desconocido sin dejo de emociones y expresando los sentimientos contradictorios más intensos que nunca más sentí.


-Siento que apenas te conozco.
-A eso se le llama tiempo.
-Sí, pero nunca pensé que llegaría a sentirlo.
-Yo tampoco, parece una eternidad y a la vez no es ni un segundo.
 -Sí.

Te miro. El ayer parece moverse. Me levanto del suelo y acaricio tus brazos.

-Tú pareces ser un futuro.

Levantas los ojos que obsevaban el suelo, me miras y entonces, sonríes.