miércoles, 8 de diciembre de 2010

(III)

Pluma caída.


Mis lunas no siempre andan y pienso que es porque a veces camino demasiado. A veces camino tanto y por tantos lugares, que la vida pesa, pesa tanto como una molesta pluma que roza el oído. Viento, le dicen. Sí, caminar me molesta porque pesa como el viento en el oído.

Siempre digo que el viento trae recuerdos pero no lo digo porque éste me parezca nostálgico, sino porque es tan absolutamente insoportable, que casi puede llegar a tocar la sensación que tengo cuando pienso en todos mis errores, y sobre todo, cuando pienso que la mayoría de esos errores han sido en ese sentimiento llamado amor.

Estúpido viento, estúpido amor.

Muchas de la expresiones poéticas más hermosas que conozco, devienen de los instantes más absurdos o las cosas que me molestan en demasía. Si pudiera decir que algo me inspira, ésas serían cosas que no conozco, cosas que no existen, cosas que aún no me molestan y pueden mutar a algo más cuando su tiempo de musa se agota.

Sí, me gustan las cosas que no existen y bueno, de este mundo, quizás lo que más me gustan son las letras, porque al menos de ellas nunca tengo que entrar y volver a salir.

Creo que encontré un lugar incómodo para respirar en esto que coloquialmente le dicen poesía. Para mí, escribir no es para mí como un hobbie o un tipo de catarsis,  es más bien un modo de vida a través de símbolos, o más bien, sonidos que se convierten en letras y luego letras que aluden a algunas cosas que se perciben. Decirlo así suena bastante corto y escuálido, pero son bastantes concretos los términos. De ahí que odie la objetividad y la falta de divagación. Pretender un solo enfoque es mutilar esencias, pero parte de la vida se va en ello, en ir a algún lado. ¿Y porque cuando busco llegar a algo, me paso la vida andando y al único lugar que llego es a la muerte y a -quizás- un nuevo ciclo?

No sé, a veces creo que es una obligación estar de buen humor, de siempre sonreír, escribir y decir las cosas lindas que todos quieren oír, solo para tantear el camino a unos corazones que bien sabes nunca son tuyos y solo llegan a ti para revolcarse en tus letras tres segundos, sentirse mejor y después marcharse a coger con cuerpos reales. Vida, le dicen. Sí, la vida se llena de cosas que apenas alcanzas a rozar, de cosas con las que crees vivir toda la vida y al final nunca son tuyas.

¿Y yo? Pudriéndome en sentir, en ser humana; en rutas cotidianas que evito y obsesiones que terminan por encerrar mi mundo; ¿Y yo? Yo estoy en un planeta donde la mayoría de la gente vive con estupidez liviana y solo buscan un placer efímero tras tres dosis de dolor vano y banal. Yo vivo. Creo.

Eso, que tengo que vivir porque nadie me lo pide y ni siquiera yo misma lo deseo, que vivo porque en las letras hay algo que al menos no busca nada más que decir o callar, que vivo porque no hay que morir porque no es correcto decidirlo hasta cuando sepas que has vivido.

Cuando muera, no quiero epitafios, porque letras, grabadas en piedra o en recuerdo, nunca serán lo mismo que las letras que oigo en la voces finas de nadie, en voces escritas con tonos rubios y azules, en gritos quedos y espacios blancos de oquedades. Cuando muera no quiero recordar ni ser marcada por una combinación arbitraria de símbolos cuyo significado jamás podrá acercarse a la verdadera esencia de lo que fue mi vida, esencia de nada.

Oquedades y silencios, sombra y viento, azul y nadie, gritos de nada...

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