Aquel día que me dejaste era sólo una niña tonta que lloraba desesperadamente buscándote en la neblina, tratando de seguir tus pasos, buscando siempre un indicio de ti y rogando al cielo porque todo fuera un mal sueño y cuando despertara, estarías nuevamente a mi lado, sonriendo.
Lo más doloroso de tu partida fue el momento en el que las sombras consumieron mi universo y por fin caí en la cuenta de que tú jamás regresarías; el día en que mi búsqueda tomó una pausa y no sólo eso, si no que toda mi vida, que giraba en torno a tu universo, quedó sin centro de gravedad. Me sentí dispersa, sola, sin saber por cual firmamento debería vivir ahora.
Lo más irónico de un trance de profundo dolor es que en un principio, cuando sabes y eres consciente del hecho o persona que te ha hecho sufrir, te atrapas en una especie de espasmo de nada; tus sentidos son cautivados por el silencio, el sinsabor y la falta de color, es el vacío puro...
¿Conoces esta sensación? El corazón ya no se siente latir en el pecho, percibes el tiempo en pausa indefinida pero el mundo a su vez sigue girando más y más rápido.
Juro que podría haberme acostumbrado a este ensimismamiento si no fuera porque de la nada y sin previo aviso una oleada de dolor y lágrimas inundó mi ser. Gritar desgarró mi garganta y ni aún así las heridas de mi cuerpo y tus caricias en mi piel dejaron de sangrar, me quemaba viva en tus recuerdos y en el sufrimiento de tu ausencia
La agonía se sentía y supuraba, sólo esperaba la muerte.
Sin embargo, la bendita oscuridad total y el último suspiro de vida jamás acudieron a mi llamado de clemencia. Quería morir pero seguía viva, quería no sentir y aún no podía dejar de hacerlo. Mi existencia seguía
¿Se puede medir el dolor? ¿Acaso en verdad cuantificamos cuanto tiempo padecemos de éste? Sólo sé que fue bastante grande mi momento, sólo sé que no tenía fin y que agonizaba mientras respiraba.
Vivía cada día con los bordes mi pecho y cada parte de mi cuerpo débiles de día, en carne viva por las noches. No te veía y ni quería hacerlo, porque si te volvía a ver, heridas se abrirían de nuevo y nuevas laceraciones llegarían a mi alama y a mi piel
Un día...dos. Un mes...un año.
Perdí la cuenta, los calendarios ya no me alcanzaban para cuantificar, el reloj se detuvo en la espera...
Y entonces un día, te olvidé.
No sé cuando, no sé como, no sé si lo fue realmente, pero ahora eres un recuerdo distante, un poco de nostanlgia en lanoches de lluvia, un poco de frío que se arregla con un buen suéter.
Quizás podrías darte mucha importancia por ello, y quizás importante fuiste...
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