viernes, 1 de abril de 2011

Silueta.

Inconscientemente sabía que tenía que dejar de respirar unos instantes para volver a darle aire al montón de sucesos inconexos de poca fidelidad sensorial que antes había llamado vida. Cerró los ojos. El hombre encima de ella enredó con suavidad sus dedos alrededor de su cuello y poco a poco, después de la necesidad salvaje de seguir respirando, la asfixia comenzó a golpetear con rudeza alguna parte de su cerebro. El pulso que comenzaba a estancársele, se disparó y pudo sentirlo en cada rincón no conocido de su cuerpo. Ardía. Él la miró con intensidad y luego clavó la lengua en su boca sin preguntar nada. La asfixia cedió, pero sólo el instante necesario para que ella no perdiera la conciencia. La sensación eléctrica de las manos del hombre se expandió de su cuello a sus senos, y sus labios, más violentos que suaves, arañaron con crueldad dulce el espacio oscuro alrededor de sus pezones endurecidos. Gimió. A veces sentía que la vida se le escapaba en cada suspiro lanzado a la pared, pero esa noche todo parecía tener más color, todo parecía más real. Percibía el olor del sudor de él, la pestilencia de aquella vieja habitación de hotel barato, era conciente de lo miserable que se veía delante de él pidiendo que le robara un poco de vida; sabía el asco que le provocaría al día siguiente  tener que despertar con aquel desconocido sucio y vulgar pero ¿qué importaba ya? La sensación de placer infinito y agridulce que ahora sentía en la boca, no era menos que toda esa existencia absurda, controlada y aburrida que llevaba a cuestas. Sonrió. Él tomó con dulzura sus muslos y los separó poco a poco mientras ella se aferraba a él sujetándolo con sus piernas y clavando las uñas en su espalda. Infinito. Aire. Menos aire. Un poco menos. Nada. Él sabía cuándo y cómo oprimir sus pulmones, al mismo tiempo en el que su lengua jugueteaba por todos lados y sus dientes herían espacios nuevos de su piel. ¿Cuándo terminaría aquella adicción casi suicida por encontrar una una prueba vívida de lo que podía ser su nombre para ella? A veces era difícil pensar en ello mientras su sexo era embestido con fuerza por ese hombre que parecía obsesionado con causarle el mayor dolor posible. Sí, dolía. Dolía mucho pero nunca era suficiente. Algo tenía que despertar sus sentidos apáticos y miserables ¿qué más da que fuera con un pinchazo breve de lujuria? Ella lo miró ¿Cuántas veces había detenido su mundo por el rostro de él? ¿cuántas veces se habían entregado ya? Estar con a su lado siempre era diferente, ella se decía a sí misma que él siempre era un desconocido, pero siempre era un él específico a sus anhelos, a su cuerpo gritando por ser profanado, a su alma desesperada por consumirse. Él, él, él. ¿Y él cuándo debía morirse?

2 comentarios:

Luis Elbert dijo...

Cómo siempre.. magnífica, simplemente magnífica.. quedé atrapado por la historia.
En verdad, la admiro ^^

Gracias :')

ingriddiamond dijo...

Increíble, lleno de sensaciones que también recorren la propia piel ... Versos deliciosos, palpables, acariciantes ....