lunes, 18 de abril de 2011

La pared.

Ella lloraba frente a una pared que parecía inquebrantable, una mezcla  de miedos dura , insondeable y fría. Todos los sentimientos del pasado y del futuro se agolparon en aquel único instante en el que ella se decidió a mirarlo a él directamente. ¿Mirarlo directamente? como si pudiera. Aquella pared, aquella maldita pared que parecía contener todos los obstáculos, que parecía estar llena de dolor, indiferencia, distancia, se alzaba entre ellos dos apenas ella tenía el impulso de avanzar. Ella miraba aquella pared y sabía que sería imposible cruzarla. Sabía que quizás nunca pasaría de estar más cerca de esa distancia que la separaba ahora de él. Quizás tendría que acostumbrarse por siempre a esa sensación de vacío y soledad, mirando a lo lejos su sonrisa, el brillo de sus ojos, tratando de imaginar como sería el olor de su cabello y la suavidad de su voz cerca de ella... 

La pared cada vez era más solida; la miraba más y la pared cada vez se hacía más fuerte, cada vez la dejaba mirarlo menos. Aún así ella no podía dejar las cosas así. Si permitía que aquella pared, primero de aire y niebla densos y ahora cada vez más sólida dejara aquella maldita distancia para siempre entre los dos, nunca sabría que hubiera pasado si...

No, mejor decirlo ahora y con el corazón latiéndole en los oídos. Mejor ahora y no después cuando su alma angustiada le dijera que se había dejado vencer demasiado rápido. Si esa pared tenía que construirse, que al menos ella supiera -al menos sólo ella- que lo había intentado todo por cruzar ese abismo que los separaba y había tratado con todas sus fuerzas estar junto a él. 

Ella cerró los ojos, suspiró y aunque las náuseas y un aguijonazo en el estómago se negaban a cooperar para que pudiese reunir el suficiente aire y hablar con voz teligible, ella reunió todo su valor y le habló a él a través de aquella pared. Conforme las palabras salían, su corazón se oprimía cada vez con más fuerza. Las lágrimas comenzaron a salir, los temores la volvieron a inundar. Sabía que sería imposible que él la quisiera tanto como ella  Lo amaba, sabía que no había ningún camino que pudiera llevarla a él. Lo sabía y se convencía cada vez más mientras hablaba a través de aquella pared. Al final, ya ni siquiera pudo intentar mirarlo, el suelo gris ofrecía mejor consuelo, pensar en el concreto parecía más esperanzador que tratar de imaginar lo que pasaría a continuación. 

Entones, de la nada, una luz abrumadora le inundó el alma y el corazón. Casi podía sentir que flotaba, casi... 

Miró hacia arriba y se encontró en un lugar nuevo, ya no había más paredes. Sólo estaban ella y él y él ahora la miraba, él ahora la miraba con intensidad y ella no podía dejar de sentirlo a pesar de que desviaba los ojos a otro lugar de vez en cuando.

-Yo...

Aquella pared nunca existió, si acaso era solo una puerta y en realidad nunca estuvo cerrada, si ella hubiera sido capaz de decirlo antes... Aquella puerta nunca estuvo cerrada, él estuvo ahí, siempre, esperando que ella tocara. Él estuvo siempre ahí, en esa habitación, mirando a través de la ventana y disfrutando verla pasar, esperando que algún día ella mirara hacia esa ventana, esperando que un día ella se atreviera a tocar su puerta. Nunca hubo pared. Cuando él la escuchó, toda aquella habitación en la que había estado guardando sus sentimientos se desbordó. 

Él abrió la puerta, la tomó de la mano, la abrazó con fuerza y mientras le decía lo que siempre había sentido, cerró la puerta tras de sí. Ahora sólo eran ella y él en aquella habitación, en aquél mundo aparte que nunca más dejarían quebrar, un mundo sólo para ellos dos.

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