viernes, 22 de abril de 2011

1.0

¿Podríamos lapidar recuerdos? 

Si así fuera, tendría más impacto si lo hiciéramos sobre (o cerca) de un muro de cristal. Así, el cristal se fragmentaría y la metáfora de de la espada y la pared sería un arma de dos filos, atravesaría directamente la carne del recuerdo y quizás, con suerte, del corazón mismo.

Yo lapidaría mis recuerdos a la menor oportunidad, los atestaría de rocas e insultos y disfrutaría verlos morir desangrándose, gimiendo y pidiendo clemencia. O quizá no. El problema con los recuerdos es que no saben marcharse. Los recuerdos no saben lo que significa irse ni cómo reconocer el momento en el que su presencia ha sido veneno para el andar y la garganta. Los recuerdos no saben destruirse a sí mismos.

¿Cómo se lapidaría un recuerdo? ¿Qué fragmento de la razón es lo suficientemente débil para quebrarse detrás de uno a pesar de que creíamos que era una de nuestras bases más sólidas? Quizás aquello que no queremos olvidar. Podría ser -y de eso empiezo a estar terriblemente segura- que aquello que buscamos grabar con fuerza en nuestra memoria es lo primero que se olvida. Los recuerdos que abrazamos con más amor se desdibujan inevitablemente, se derriten en nuestras manos. ¿Por qué no es así con los malos recuerdos que parecen estar presentes en cada rincón del cuerpo? Quizá, el olvido es un recuerdo en sí, un recuerdo blanco, un recuerdo no recuerdo. O quizás no. No sé. Creo que ya lo olvidé.

2 comentarios:

Luis Elbert dijo...

¿Lapidar recuerdos? lapidar nuestros recuerdos sería como lapidar una parte de nosotros mismos.
Por eso yo prefiero cubrirlos de olvido, guardarlos en donde no recuerdo, por si algun día siento ganas de volver a mirarlos, después de todo no son ellos los que lastiman, si no la forma en que nosotros los recordamos ^^

Peace&Love

María Abellán dijo...

Me gusta la forma que tiene: directa y apasionada. A veces como dice el escrito es necesario borrar los recuerdos.